El ensayo o la vida

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Reseña

Comenzaré diciendo que no me interesa definir el ensayo con una cita de Montaigne ni mucho menos ser parte de esa polémica, pero sí quiero puntualizar que, en mi opinión, el ensayo ha tenido dos momentos: el de su semilla en Montaigne y que se extendió a De Quincey, pasando por Baudelaire hasta Alfonso Reyes, el ensayo del estilo y la divagación; el otro, y con esto espero no abrir bocas, es el ensayo de la teoría crítica, el ensayo de la política y la filosofía que practicaron Walter Benjamin, Theodor W. Adorno y que dejó páginas memorables en Georges Orwell. Podría decir que en México el ensayo que más ha echado raíz es el montaignesco: el ensayo de las piruetas verbales, de vaivenes esteticistas que lo mismo habla de las agujetas de los zapatos que de los grandes temas humanos. Esto lo vemos en Octavio Paz, en Tomás Segovia, en Sergio Pitol, en autores contemporáneos como Luigi Amara.

El otro ensayo, sin embargo, no ha dado muchos ejemplos memorables a excepción de algunos que lo practican como Heriberto Yépez —con quien casi siempre termino discrepando más que acordando—. En México el ensayo y la política no se llevan muy bien y cuando lo hacen producen monstruosos engendros académicos o panfletos ideológicos de poco valor artístico. Desde esta perspectiva, aunque tal vez efímera o poco argumentada —y con muchas razones para ser rechazada—, me parece que la pertinencia de un libro como Escritos para desocupados de Vivian Abenshushan es un acontecimiento que nos obliga a releer nuestra tradición ensayística. ¿En realidad queremos más concursos de ensayos donde se premie lo literario por encima de las ideas, donde el  «joven ensayista»  habla de sus manías y gustos comerciales sin cuestionar los trasfondos políticos?  «No es raro   —dice en Abenshushan— que el escritor profesional se preocupe cada vez menos por la falta de ideas que por la falta de visibilidad».

Desde mi experiencia lectora, nunca había leído a una escritora tan coherente como Abenshushan desde que le sigo la pista, primero en la blogósfera y luego en sus libros. Ha logrado ser fiel a sus idearios y, lo más sorprendente, ha logrado sostener un proyecto propositivo, original y alternativo dentro de la viciada vida cultural mexicana. Predicadora de la flojera, evangelizadora del ocio, editora de tiempo libre, adepta a los movimientos sociales que hackean el stablishment del arte y la economía, Vivian ha decidido entregar, más que una obra —o producto—, una especie de manifiesto de lo que ha hecho a lo largo de todos estos años. Escritos para desocupados (Surplus Ediciones, 2013) propone una lectura distinta del ensayo que no se aparta de su origen en Montaigne y además reúne lo mejor de la teoría crítica. El ensayo para Abenshushan es una estética contestataria y el ensayista, para sentarse a escribir, primero necesita sacudirse la verborrea teórica, salir a la calle y pasear, perder el tiempo, pensar tirado en la cama, desatender los deadlines de las editoriales y suplementos culturales. En suma, recuperar el contacto con el mundo, pero no como un flâneur que bosteza frente a la multitud, sino como una forma propia de escritura.

Abenshushan desmitifica esa romantización del trabajo literario que esclaviza a los escritores a la silla y a la computadora, a su rutina de ochos horas o mil palabras por día, como si fuera un obrero. Nos advierte que el arte se ha adaptado a los juegos del capital —palabra que en la prosa de ella suena elegante, no tiene ese tufillo de izquierda anquilosada— y los artistas son una marca registrada —«edecanes de sus obra»—, conocedores profesionales del sufrimiento humano, becarios, novelistas que producen una mercancía de la misma manera que un maquilador fabrica una televisión de plasma: al final ambos productos devienen entretenimiento, no tienen una trascendencia —o mejor dicho, permanencia— en la sociedad porque el próximo año aparecerá una nueva televisión con mayor resolución, el nuevo libro del año. Vivimos, parafraseando a Benjamin, la literatura en la época de la producción en masa para las masas.

Para Abenshushan, el escritor ha ganado cierta independencia y, bien que mal, puede sostenerse gracias a su obra a través de becas, premios o contratos, pero esta situación lo ha encadenado a otra dependencia: la de manejarse como un starlet y cultivar su personalidad como un tomo más dentro de su obra, o sea saber venderse. Debe «dar entrevistas, asistir a ferias, escribir artículos en varios medios, cuidar su popularidad en tuiter, hacerse estudios fotográficos, practicar de conferencista, sintonizar el estado de ánimo de emoticon, grabar cápsulas radiofónicas, estar disponible, hablar por teléfono sobre la eutanasia o el día de la mujer, socializar y autopromoverse, en otras palabras, ser más chapucero que nunca, hacer alharaca y publicar a toda prisa». Todo el despliegue de mamonería, egocentrismo y poca autocrítica que vemos en las redes sociales, en las presentaciones y ferias de libros.

No puedo sino recordar ese comentario irónico que Juan José Saer hizo sobre Umberto Eco: las amas de casa se sienten seguras con uno de sus libros, el señor es académico, semiólogo, novelista, traductor. El escritor debe adoptar las etiquetas sociales y ostentar credenciales para validarse y ocupar un lugar en la sociedad: presentarse como útil. Lo que Abenshushan propone es todo lo contrario: sus contraensayos —como ella los llama— surgen de un malestar existencial, no de una escritora que debe poner a prueba su capacidad técnica, mucho menos demostrar su especialización en un tema para satisfacer al lector: «No, señor, mi patrón no es el lector». Escritos para desocupados tienen esas dos vertientes, la política y la estética, pero no una política como tema, tampoco una estética avocada a la mera denuncia, sino que se originan a partir de una renuncia personal al trabajo para iniciarse en el arduo oficio de la pereza, esa pereza que pregonaba Diógenes el Cínico en las calles de Grecia, la que el cuñado de Marx, Paul Laforgue, proponía como una forma de rebelión, y que el dudeLebowski —protagonista de la película The Big Lebowski de los hermanos Cohen— abrazaba como bandera existencial.

La mayoría de los Escritos para desocupados no son inéditos y el libro es una compilación de textos que Abenshushan ya había publicado en sus bitácoras virtuales o en revistas; sin embargo, al materializarse en un libro, no busca concretarse en un mero objeto de consumo, sino que propone trascender la página a partir del concepto de contraensayo. Como dijo la autora en una entrevista reciente, «la idea de contraensayo vuelve a reflexionar sobre la posibilidad, abierta en la práctica de las vanguardias, de superar la fractura entre arte y vida». Por eso en la página legal aparecen los sellos de copyleft y creative commons, que permiten al lectorado copiar y promover el contenido en otros medios, interactuar con la obra no a través de la mera interpretación —la pasividad—, sino de la acción, y convirtiendo así al libro mismo en un ensayo-objeto que cuestiona las leyes del copyright que capitalizan y plagian —recordemos que esta palabra significa ‹secuestrar›— el acceso a la cultura. El libro se puede descargar gratuitamente desde el sitio oficial, en donde además hay material audiovisual y funciona como una extensión que se actualiza constantemente.


Publicado originalmente en http://gacetafrontal.com/2014/04/23/el-ensayo-o-la-vida-escritos-para-desocupados-de-vivian-abenshushan/

 

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